15 de febrero de 2011

Capitulo 41 [Ángeles, demonios y criaturas perecederas]


14 DE JULIO DE 1930

A veces la vida me resulta insoportable.
Esta mañana salí del piso franco con la férrea intención de cerrar un par de negocios. Un día tranquilo y apacible, repetía para mis adentros; al fin y al cabo Sonne ya había dejado de torturarse, de odiarse por considerarse maldita. Poco a poco parecía aceptar que lejos de ser la nuestra una estirpe nacida de Satán, éramos una forma de vida, si es que se le podía llamar así a nuestra existencia, diferente a la humana, pero al igual amparo de Dios, donde fuera que estuviese.

Al volver a mi domicilio tras nueve horas de baldío trabajo y aún más baldía búsqueda de inversiones me he tropezado de bruces con lo que pensé ya había subsanado : las ansias de muerte de Sonne. Ella ha decidido poner fin a su existencia, y estoy demasiado cansado de luchar contracorriente como para apenarme por ella. Ha sido su elección. Su voluntad.

Volveré a salir para alimentarme y trataré de meditar si quedarme en la ciudad o regresar a mis posesiones en Nueva York, una idea que lleva tiempo rondándome y que tal vez sea momento de dejar de aspirar para pasar a efectuar.

30 DE SEPTIEMBRE DE 1930

La ciudad parece otra. Pasear por las avenidas de Nueva York es sentirse en el futuro. Con el Empire State Building elevándose hacia el cielo, casi tocado por la mano de Dios. Con las tecnologías y avances de una época que no estaba destinado a conocer. Me alegra haber llegado hasta aquí, era un regreso que necesitaba y, a la vista de cómo han crecido mis ingresos, algo me dice que disfrutaré de mi estancia en la que sin duda parece la capital del mundo moderno.

El día nueve de este mes visioné la película animada "Dizzy Dishes", cuya protagonista es una provocativa y bien dibujada Betty Boop.
¡Ay papá! tú que siempre me decías que el mundo era justo aquello que teníamos ante nuestros ojos... Que jamás los ángeles tocarían la mano de los trabajadores, sino que era el esfuerzo y el trabajo en vida lo que dignificaba el paso al otro mundo...
Y mírame padre... Con 103 años y tanto poder y experiencia que podría sentirme ya del todo pleno. Pero no. Nadie se puede sentir pleno sin aquello que le da significado, y hoy ya no sé cual es la meta de estar "no muerto". Hoy sólo entiendo de negocios, sólo de pérdidas, sólo de años a mis espaldas.


1 DE NOVIEMBRE DE 1930

Pese a tener más de un siglo, sigo siendo un auténtico negado en materia de contabilidad y eso me obliga a contratar a alguien que se ocupe de mis finanzas. Podría mentirle acerca de mi naturaleza, pero ¿cómo sino justificaría tener posesiones desde hace 40 años siendo mi aspecto el de un joven de 19? No. Abogo por la sinceridad sabedor de que un buen fajo de Dólares puede convertir a la prostituta en Santa.

Henry Rose, ése y no otro es el nombre de mi contable. Un afable y simpático economista experto en la gestión de patrimonios de algunos de los mayores inversores de América. Para ser alguien que trabaja, y casi vive para los demás, tiene un excelente gusto por los pequeños placeres como la buena ropa, el buen vino y las comidas más exquisitas. Sí, nos llevaremos bien.
Al adquirir sus servicios, lo he hecho también de manera implícita de los servicios de su joven hija Amy.

¡Vaya por Dios! yo que pensaba que todo el mérito era suyo y resulta que la joven tiene casi más talento que su padre...
Como agradecimiento por la ardua tarea de poner algo de orden a mis caóticas cuentas, he decidido regalarles un par de atuendos. A él un traje a medida de la firma inglesa Ralph Lauren, mi favorita.
A ella, temeroso de poder dar lugar a malentendidos, le he hecho llegar una pulsera de perlas rosadas salvajes, que a buen seguro hará las delicias de una joven tan integrada en la alta sociedad Neoyorquina. Algo discreto para una chica aparentemente discreta, aunque ya no me fíe de las apariencias, que tan a menudo me han jugado malas pasadas.


31 DE DICIEMBRE DE 1930

Otro final de año más en mi haber. No lo hubiese celebrado de no ser por la generosa e insistente invitación de la familia Rose que, eso sí, han tenido el detalle de decirme que acuda ya cenado al evento. Henry parecía deseoso de darme a probar su Wiskhy de malta de importación, de modo que de camino he decidido comprar una caja de "Macarons", el dulce francés preferido de Amy.

Siento miedo. Sentirme atraído por una chica así es peligroso para lo poco que queda de mi alma. Me he llevado ya demasiados golpes por amor. Primero Victoria, después Sonya...
Pero no puedo evitarlo. Amy Rose...

Una joven de veinte años. Morena, de pelo brillante y perfume a jazmín. Poseedora de unos enormes ojos color café y una sonrisa arrebatadora custodiada por los pómulos más perfectos que jamás tuve la suerte de observar. Menuda, de no excesivo pecho y con unas sensuales caderas que evito a toda costa admirar por respeto a ella y a su padre...

Dios ¿qué me está pasando? Esto no debía suceder. No más faldas, esa era mi intención.
Por suerte ella no parece estar interesada por mí. Hay otro chico. Eso me pondrá las cosas más fáciles a la hora de obviar mis pensamientos.

Cuando llegué a la casa pude observar en primera persona los vestigios de una tradición católica europea en forma de decoración navideña. Era de pronto como llegar a algo que yo hacía casi un siglo que no tenía : un hogar familiar.

La Sra. Rose había cocinado a conciencia, desconocedora de que su invitado no solía consumir nada sólido. Decidí entonces degustar al menos cada uno de los platos, y acto seguido alegaría estar saciado.

Así fué. Y tras la cena llegó la hora de despedir el año. Una despedida que a mí me evocaba un nuevo comienzo. Una nueva vida.
A las 00:00 Henry estrechaba mi mano sonriente. A las 00:01 la Sra. Rose besaba mis mejillas mientras me daba suaves palmaditas en el hombro. A las 00:01:50' mis labios acariciaban los de Amy.

No sé quién besó a quién, ni siquiera de dónde apareció el valor que llevaba horas callando en mi interior. Sólo sé que el mundo se paró en ese preciso instante.
Veinte segundos después me sentía mareado, como si me hubiesen echado de una patada de un tren en marcha. Mis ojos continuaban cerrados con fuerza, mis manos se aferraban a las caderas de la preciosa joven sin saber cómo diantres habían llegado hasta ahí, y su suave y dulce voz llegó a mis oídos para regalarme un: "Felíz año nuevo... y gracias por este beso."

1 comentario:

Fany dijo...

Oh! hola Gonzalo! muchas gracias por tu comentario y tu agradecimiento, pero soy yo la que tiene que agradecerte que me hayas dado a conocer esta genial historia (y la sigas compartiendo jeje) :D

He estado esperando "pacientemente" toda tu ausencia, con miedo de que no volvieras a escribir por aqui uff menos mal que si jejeje.

Sobre el capítulo... solo decir... ahhh!! que bonitoo, se ha encontrado a una personita especial... sospecho que va a significar mucho en su, ya de por sí especial, vida...

Ya estoy deseando leer más :P

Te mando un beso y un abrazoou!!

Nos leemos! ^^